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jueves, 17 de febrero de 2011

Amantes de los libros. Un promotor: Juan Domingo Argüelles

Por: Raúl Veladíz García



Lo que persuade a un niño para acercarse a los libros no es la promesa de que lo hará grande e importante en un lejano futuro, sino la recompensa inmediata de hallar en ellos un mundo placentero

Juan Domingo Argüelles es un editor, poeta y ensayista que nació en Quintana Roo, México, en 1958 y quien ha reflexionado mucho en torno a temas como la promoción de la lectura en nuestro país, la manera en que los mexicanos nos acercamos a los libros, nuestros hábitos lectores, qué leemos y ha buscado desmitificar el “estatus” que se brinda a los llamados lectores.

Para empezar, partamos de la idea fundamental de que la lectura debe ser un actividad de disfrute, una actividad libre de obligaciones impuestas. Cuando recordamos como fue aprender a andar en bicicleta, evocamos esa sensación que pocas veces se puede volver a sentir en la vida: vértigo, un poco de independencia (no había que perder de vista a papá, mamá o abuelo), la satisfacción por el dominio de un reto y la apertura de posibilidades infinitas. A una bicicleta nos acercamos naturalmente, nadie nos obligó, la bicicleta simboliza el siguiente paso tras haber aprendido a caminar y correr, aprender era excitante y la recompensa cuando por fin se lograba el equilibrio era inmensa. Si para los niños leer puede ser natural y hasta fácil, ¿porqué acercarse a un libro les resulta tan complejo o sin interés? Una bicicleta es vértigo y velocidad, un libro es una ventana a miles de posibilidades, es libertad. El problema es cómo nos acercan los libros en una edad decisiva. ¿que momentos más placenteros que aquellos libres de obligaciones, de estricta limpieza, de horarios, de antesalas a los lunes? Todo lo que es asociado a esa libertad, al juego, al placer inmediato, es memorable y podemos recurrir a él en cualquier momento que nos plazca. Los libros por el contrario nos son impuestos en la escuela como una obligación insalvable y uno puede llegar a odiarlos de por vida.

En las palabras de Juan Domingo:
"La escuela se ha empeñado en meter en cintura, mediante la recompensa y el castigo de la calificación y lo que ha conseguido con ello son estudiantes que en necesidad de sacar un a materia se aplican y se esfuerzan en afirmar lo que el maestro y la escuela quieren oír, para después despegarse de los libros y la lectura que tantas mortificaciones les dieron."

Argüelles duda del lector como símbolo de estatus y de superioridad, por un lado define a un libro como un mero vehículo de ideas que depende del uso que le dé el mismo lector, un libro automáticamente no nos hace ni mejores, ni peores personas. Es la sensibilización y la capacidad de relacionarse y tolerar a las personas lo importante del acto de leer. Por otra parte, nos propone que el libro no debe ser puesto en un pedestal como el medio por excelencia para la cultura y la información, así el cómic, por ejemplo, es un formato no sólo válido, sino en ciertos contextos, un formato ideal para acercar la literatura a las personas.

En un país como el nuestro con problemas tan arraigados y profundos necesitamos soluciones trascendentes y la educación es una de ellas, pero la educación entendida no sólo como capacitación, sino sensibilización, hacer sentir a un individuo parte de un universo en el que él es relevante. Esto es posible conseguirlo abriendo un espacio de diálogo infinito entre los hombres, espacio que el libro puede mantener y preservar entre personas de todas latitudes, físicas y temporales.

Es de reconocerse la labor que Juan Domingo Argüelles ha realizado desde la parte teórica para el entendimiento de paradigmas y obstáculos en la actividad lectora en nuestro país, pero sobre todo su entusiasta actividad en la que pone en práctica sus ideas para que los libros no solo lleguen a más manos, sino que en aquellas en las que caigan produzcan un verdadero placer.

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