
Todo escritor, todo hombre de letras, todo amante de las ideas, ama por naturaleza y por lógica a los libros; Juan José Arreola aprendió a amarlos desde la parte más elemental y esencial de su existencia material. Fue el cuarto de catorce hijos y nació (Zapotlán Jalisco, 1918) en un convulso y post revolucionario México en pleno conflicto cristero; al no poder asistir a la escuela por pertenecer a una familia católica y considerarse una herejía el asistir a una laica, se vio obligado a trabajar siendo todavía un niño en el taller de encuadernación de don José María Silva, ahí aprendió a mirar el papel, los hilos, las guardas, a cuidar los libros para acercarlos lo más posible a la eternidad. Posteriormente trabajó en la imprenta del Chepo Gutiérrez, continuando su contacto con el papel y la tinta.
Aunque la formación de Arreola fue autodidacta casi por completo, él recordaba que su amor por la lectura nació gracias a un profesor, José Ernesto Aceves, quien le mostró la belleza de la poesía y es a partir de esa influencia decisiva, que ayudado por su memoria prodigiosa capaz de recordar sin titubeos poemas de principio a fin, caminaría por la vida recogiendo las palabras de autores de lejanas latitudes geográficas y temporales para nutrir las propias.
Amante como era del teatro y de la escena, incluso lo dejó todo para incorporarse al teatro del Instituto Nacional de las Bellas Artes, Arreola era un histrión natural. En Zapotlán siguió explorando profesiones y de paso cultivando su amor por las letras que por fin le permitieron publicar su primer cuento Hizo el bien mientras vivió en la revista Eos y fundar la revista Pan, entre otros con Juan Rulfo.
Después de un revelador viaje a París y de haber trabajado tres años como corrector de pruebas en el Fondo de Cultura Económica, publicó Varia invención en 1949. Posteriormente gracias a una beca de la fundación Rockefeller publicaría en 1952 Confabulario su obra cumbre, ganadora del Premio Jalisco en Literatura y en 1959 su no menos alabado Bestiario.
Fue director de la Casa del Lago —que hoy lo homenajea llevando su nombre— donde organizó concurridas tertulias y lecturas en voz alta, además de torneos de Ajedrez del que era un apasionado jugador.
Recibió distinciones como el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1976, el Premio Nacional de Periodismo, Premio Nacional de Programas Culturales de Televisión, la condecoración del gobierno de Francia como Oficial de Artes y Letras Francesas, Premio Universidad Nacional —el honor más grande al que puede acceder un universitario— y el Premio Juan Rulfo en 1990.
Aunque relativamente es escasa su obra literaria, su mayor mérito reside en el hecho de haber sido un gran promotor y amante de la lectura y los libros. Fue un escritor que trascendió a su oficio y se convirtió en un portavoz de sus propias historias, reflexiones, y poemas, pero también de la obra de autores inmerecidamente olvidados que gracias a su generosidad y visión lograron un espacio en medios como la radio, la televisión y por supuesto en la prensa escrita. Juan José Arreola murío en su natal Jalisco en el 2001, su obra sigue tan viva como la imaginación de su creador.
¿Qué más se puede decir cuando todos repiten secas biografias y parecen haberlo dicho todo?
ResponderEliminarArreola confeso no haber tenido tiempo para ejercer la literatura, y a la vez se considero un amante del lenguaje y de todos aquellos por sus medios expresen el espíritu"
En fin, Escritor es aquel que se ejerce en el papael, Poetas son aquellos que no necesitan de ello.